Hace poco tiempo, en un reino muy cercano, vivía un malvado rey al que todos llamaban Rosca I, El Enroscado, por ser un individuo bastante retorcido. El rey era viejo, más bien feo y tenía pocas cualidades como gobernante, pero había heradado el reino, por razones que el pueblo ya no recordaba ni entendía, hacía ya muchos años.
El viejo, malvado y feo rey no era respetado ni querido por sus súbditos, ni siquiera por sus consejeros, pero nadie discutía su autoridad. Se involucraba poco en la vida de las personas de su reino, tan interesado como estaba en su propia persona y bienestar, así que estos hombres y mujeres, gente sencilla y trabajadora, vivían en relativa tranquilidad y en una felicidad fingida.
En cierta época en que la economía de su reino no iba demasiado bien, el astuto rey Rosca y sus consejeros decidieron buscar la ayuda de un gobernante eficaz, que ayudase a sanear sus cuentas, mejorar las relaciones externas de su país y remodelar la economía productiva. Mandaron heraldos a todos los reinos y repúblicas cercanas y eligieron a un competente hombre de la República de Romania llamado Jempse.
Jempse era un hombre bueno, justo y muy trabajador. En cuatro años como Primer Ministro logró todo aquello para lo que El Enroscado le había contratado. Hizo del reino un lugar próspero, respetado y admirado por todos los vecinos. Para ello, trabajó durante meses del amanecer hasta la noche y se rodeó de un grupo de personas competentes que se ilusionaron e implicaron en su empresa bajo su dirección. Con su estilo, duro y exigente a la vez que honesto y humano, Jempse se ganó el respeto y la admiración de todos con los que trataba, fuera su gabinete, fuera rey o presidente, o si quiera súbdito, de otros países vecinos. Podían estar o no de acuerdo con sus métodos o proyectos, pero todos admiraban al dedicado Primer Ministro, porque demostraba con hechos que estos funcionaban.
A medida que las cuentas de su reino mejoraban, el rey Rosca se frotaba las manos con codicia y se enorgullecía de haber hallado a tan valioso ministro, lo que consideraba su éxito personal- ¿acaso no todo lobueno sucedía gracias a él?-. Sin embargo, pronto el rey comenzó a darse cuenta de que Jempse disfrutaba de un prestigio, un respeto y una fama superiores a los que él había gozado jamás. En tierras lejanas su reino empezaba a ser conocido, pero no era a él a quien sus homólogos reconocían al frente, sino al eficaz Primer Ministro. Los juglares no cantaban sus hazañas, no era con él con quien todos querían trabajar, no era a él a quien le pedían o conferían los favores…
Y así fue como el viejo, malvado y feo rey llegó a la conclusión de que debía deshacerse de aquel que había devuelto la paz y la prosperidad a su reino. Durante semanas construyó y ultimó los detalles de una historia inventada acerca de aquel que solo había trabajado para mayor gloria del país que le había contratato. Una tarde, reunió a las Cortes del reino y, con increíble sangre fría, les soltó su mentira construida sobre su gran ego. Nadie le creyó, pero daba igual, porque todos sabían que si le dejaban hacer sus vidas seguirían siendo seguros remansos de paz y tranquilidad mientras que, si se le enfrentaban, el rey Rosca haría caer su furia sobre ellos.
Y así fue como un hombre justo, bueno y trabajador fue proscirto del reino al que había dedicado toda sus energías durante años, como un ladrón, humillado y herido en lo más hondo. Pero no vencido, ya que Jempse aún tenía aquello con lo que había salvado el reino de la ruina: su propia inteligencia, su tesón, su honestidad y su capacidad de trabajo.
Muchas gentes del pueblo, gentes de su equipo, incluso gobernantes de otros lugares quisieron hacer algo contra esta injusticia. Pero Jempse les rogó que no lo hicieran. Demostrando hasta el final de qué estaba hecho, animó a todos a seguir trabajando duramente como en los tiempos pasados, a no poner en juego sus trabajos y bienestar y a no preocuparse por él. Para respetar su deseo, su historia desde entonces se cuenta de forma impersonal, con nombres fingidos y lugares inventados, pero al fin y al cabo, se cuenta.
Próximo capítulo: de como Jempse fundó su propio reino…
Esta historia debería ser ficción. No deberían existir seres malvados y feos como el rey Rosca. A los hombres justos no les debería pasar lo que le pasó al gran Jempse. Pero no es ficción. Desgraciadamente hay gente fea y malvada que tiene un gran poder y puede hacer y deshacer al antojo de su ego sin importarle las consecuencias.
Lo que no sabe el feo y malvado rey es que el que será recordado por sus azañas no será él sino el Primer Ministro Jempse.
Long live Jempse!!!
Estoy deseando leer la siguiente entrega!!!
Châpeau! Viva Jempse y la autora de la real historia!!